martes, 23 de julio de 2013

CON EL LÁTIGO DE TU INDIFERENCIA .......




CON EL LÁTIGO DE TU INDIFERENCIA

 “Mi amor,  ¿qué vestido me pongo, el negro o el azul?” – “El que quieras”.
“¿Prefieres ir al cine o a cenar?” – “A donde quieras”.
“¿Vamos primero al centro comercial o a la casa de mi mamá?  - “A donde quieras”…

Expresiones más o expresiones menos pero todas similares, conllevan una carga de indiferencia explícita o implícita, directa o indirecta, consciente o inconsciente. Recordé cuando recién casado tomé la misma actitud, la cual, te aseguro no volví a tomar, después de lo que te voy a contar:

Cada que llegaba a casa, mi esposa Alma me preguntaba qué es lo que deseaba cenar y mis respuestas traían una dosis de indiferencia, involuntaria por cierto:  Lo que sea –contestaba.  Entonces, ella me hacía lo que sea, cuando me servía el platillo ya terminado, yo generalmente expresaba al verlo: ¿Huevo? ¿Otra vez huevo? –¡Pues no decías que lo que fuera! –me decía molesta Alma.

Al día siguiente lo mismo: ¿Qué te hago de cenar? – Lo que sea…  ¡Carne! ¿En la noche? Es muy pesada.  No me gusta comer carne en la noche. Y así sucesivamente. Era el cuento que se repetía noche tras noche. Y ella siempre me pedía que mejor le dijera qué es lo que quería, a lo cual por “no molestar ni incomodar” le decía siempre que lo que sea. Y eso que preparaba recibía la diaria expresión de molestia al ver que no era lo que yo quería.  Hasta que un día,  ella utilizó una técnica infalible para evitar la indiferencia por respuesta.

Al llegar de un día lleno de actividades, ella con su sonrisa en el rostro me preguntó qué deseaba cenar y obtuvo la respuesta de siempre y por cierto, ya esperada:  Lo que sea.  Rauda y veloz, salió al patio durante unos minutos. Yo, intrigado…  Regresa con un plato lleno de césped o zacate. El cual colocó amorosamente sobre el mantel frente a mí que previamente había puesto en la mesa. Y ella, empezó a cocinarse un huevo con un delicioso chorizo de pavo. Yo impávido, sin articular palabra veía fijamente mi plato intentando comprender qué era o si era lo que parecía. Ella seria, seria… preparando su huevo con chorizo. Al ver mi silencio incómodo, inmediatamente abre la alacena y me pone dos aderezos a un lado del plato con zacate. Entonces le pregunto seriamente –¿y esto? ¿Qué? –contestó. ¿Qué es eso? Zacate –volvió a contestar. -¿Zacate? -Sí, zacate. Tú me dijiste que lo fuera y eso fue lo que se me ocurrió.  Iba a poner de crutones el excremento del perro pero me dio asco. Cada que me vuelvas a contestar que lo que sea, te aseguro que mi creatividad va a ser muy amplia y voy a darte lo que sea, al cabo por todo lo que te sirvo siempre me dices que por qué se me ocurrió eso. ¡Santo remedio! Nunca más volví a contestar –lo que sea. Salir decididamente sin ropa cuando tu marido te conteste que te pongas lo que sea, sería también una buena lección ¿no?

Claro que contestamos indiferentemente confiando en tu decisión, evitando ponerte en apuros, deseando no incomodar o ¿por qué no?  quitarnos una responsabilidad, pero la interpretación puede ser: una amarga indiferencia.

La indiferencia es el veneno sutil e imperceptible que daña poco a poco una relación al hacer sentir a quien lo sufre que no te interesa opinar o te da igual lo que hagas, digas o pienses.

¿Indiferencia como estrategia en el amor?
Claro que también es una estrategia utilizada para llamar la atención. Por supuesto que no hay nada que cause más intriga de quien deseo saber más, que no saber. Mujeres y hombres la utilizan cuando verdaderamente quieren conquistar a alguien que verdaderamente vale la pena, sobre todo quienes están acostumbrados a obtener fácilmente lo que desean.

Cuando la atracción es mutua, difícilmente sucumbes a la tentación de contestar una llamada de quien te interesa y mucho menos te atreves a declinar una invitación para verse. Sin embargo tú y yo sabemos que funciona, porque la indiferencia, unida a la expectativa alta, forma un elixir ideal que incrementa el amor. Pero utilizada en dosis mayores puede alejarlo por completo al cerciorarse o interpretar que no le interesas. “Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”, dicho popular que puede iluminarte sobre la cantidad de dosis a aplicar.  “Un toque de misterio que avive nuestro amor”, estrofa de una canción que puede también servirte de guía. Pero es solo un toque, no que seas totalmente misteriosa y francamente impredecible.

Indiferencia como reacción en el enojo:


Terrible estrategia lo es también en el enojo. No contestar, no expresar tus sentimientos o, peor aún, hacer sentir que me da igual lo que pienses u opines en determinada situación o circunstancia puede ser interpretado como una desconsideración o causar un verdadero dolor.
Me decía una esposa desesperada que no había nada que le molestara más de su marido que su actitud de indiferencia cuando había una diferencia:

¡Imita a su padre cuando se enojaba con su mamá! Aplica la ley del hielo y me deja de hablar varios días. Su silencio ha perdurado en algunas ocasiones hasta tres meses y mis hijos son testigos de que su padre no me habla. Se convierten en emisarios temerosos o víctimas involuntarias que no saben como actuar.

Cuando le pido que hablemos su respuesta es la misma: “Te hablaré cuando yo diga o crea conveniente”.  Y así se la pasa, hasta que yo me hago coparticipe de su juego indiferente que me tiene harta. –Palabras más, palabras menos, generalmente palabras menos.

Para colmo, sus hijos tienen la misma costumbre obviamente imitando a su padre. Se pelean y se dejan de hablar, actitud que también han querido utilizar con su madre.

Ejemplos nada dignos de imitarse y sí de analizarse. Actitudes malamente aprendidas que dañan las relaciones por no hablar o expresar lo que se siente. Un látigo que desgarra no la piel, sino el amor causando heridas profundas difíciles de cicatrizar. No es saludable ni recomendable utilizarla como estrategia en una relación consolidada. Pierde el diálogo y gana la ira. Pierde la cordura y gana la inmadurez.

Mi recomendación es clara: En plena crisis no habrán palabras que logren hacer entender a quien por costumbre es así.  Pasando la crisis, dedica y busca el momento adecuado, las palabras indicadas y exprésale cuánto te duele esa actitud y que no estás dispuesto o dispuesta a soportar.  Dile cuán importante es aclarar las cosas al momento en que suceden porque para ti, la almohada y su silencio es el peor consejero.  Si es posible, compártele con amor, con palabras pausadas y sin afán de amenaza, una de mis frases matonas que dice: “Cuidado con los silencios prologados, porque pueden silenciar permanentemente el amor de quien bien te ama”.
 


Por Dr. César Lozano


 

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