lunes, 30 de enero de 2012

¡El gran regalo!





¡El gran regalo!


¿Papito... Cuánto me amas?El día que mi hija nació, en verdad no sentí gran alegría. Por que la
decepción que sentía parecía, ser más grande que el gran acontecimiento que representa tener una hija.

¡Yo quería un varón!
A los dos días de haber nacido, fui a buscar a mis dos mujeres, una lucía
pálida y agotada y la otra radiante y dormilona.

En pocos meses me dejé cautivar por la sonrisita de mi Carmencita y por la infinita inocencia de su mirada fija y penetrante, fue entonces cuando empecé a amarla con locura. Su carita, su sonrisita y su mirada no se apartaban ni por un instante de mis pensamientos, todo se lo quería comprar, la miraba en cada niño o niña, hacía planes sobre planes, todo sería para mi Carmencita.
Este relato era contado a menudo por Eduardo, el padre de Carmencita y yo también sentía gran afecto por la niña que era la razón más grande para vivir de Eduardo según decía el mismo.
Una tarde estaba mi familia y la de Eduardo, haciendo un picnic a la orilla de un río cerca de casa y la niña entabló una conversación con su papá, todos escuchábamos: Papi… cuándo cumpla quince años ¿Cuál será mi regalo?
-Pero mi amor, si apenas tienes diez añitos ¿No te parece que falta mucho para esa fecha?
Bueno papito... tu siempre dices que el tiempo pasa volando, aunque yo
nunca lo he visto por aquí. La conversación se extendía y todos anticipamos de ella. Al caer el Sol regresamos a nuestras casas.

Una mañana me encontré con Eduardo enfrente del colegio donde estudiaba Carmencita quien ya tenía catorce años. Eduardo se veía muy contento y la sonrisa no se apartaba de su rostro. Con gran orgullo me mostraba las calificaciones de Carmencita, eran notas impresionantes, ninguna bajaba de diez puntos y los estímulos que les habían escrito sus profesores eran realmente conmovedores, felicité al dichoso papá.
Carmencita ocupaba toda la alegría de la casa, en la mente y en el corazón de la familia, especialmente en el de su papá.
Fue un Domingo muy temprano cuando nos dirigíamos a misa, cuando Carmencita tropezó con algo, eso creíamos todos y dio un traspié, su papá la agarró de inmediato para que no cayera...Ya instalados en la iglesia, vimos como Carmencita fue cayendo lentamente sobre el banco y casi perdió el conocimiento.
La tomamos en brazos, mientras su papá buscaba un taxi hacia el hospital.
Allí permaneció por diez días y fue entonces cuando le informaron que su hija padecía una grave enfermedad que afectaba seriamente su corazón, pero no era algo definitivo, qué debía practicarle otras pruebas para llegar a un diagnóstico firme.
Los días iban pasando, Eduardo renunció a su trabajo para dedicarse al
cuidado de Carmencita, su madre quería hacerlo pero decidieron que ella trabajaría, pues sus ingresos eran superiores a los de él.

Una mañana Eduardo se encontraba al lado de su hija, cuando ella le
preguntó:-¿Voy a morir, no es cierto? ¿Te lo dijeron los doctores?

- No mi amor... no vas a morir, Dios que es tan grande, no permitiría que pierda lo que más he amado sobre este mundo, respondió el padre.
-¿Van a algún lugar?¿Pueden ver desde lo alto a su familia?
¿Sabes si pueden volver? preguntaba su hija.
- Bueno hija... en verdad nadie ha regresado de allá a contar algo sobre
eso, pero si yo muriera, no te dejaría sola, estando en el mas allá buscaría la manera de comunicarme contigo, en última instancia utilizaría el viento para venir a verte.

-¿Al viento? ¿Y cómo lo harías?
-No tengo la menor idea hijita, solo sé que si algún día muero, sentirás que estoy contigo, cuando un suave viento roce tu cara y una brisa fresca bese tus mejillas.
Ese mismo día por la tarde, llamaron a Eduardo, el asunto era grave, su hija estaba muriendo. Necesitaban un corazón, pues el de ella no resistiría sino unos quince o veinte días más. ¡UN CORAZÓN!
¿Dónde hallar un corazón?
¡Un corazón!
¿Dónde Dios mío?
Ese mismo mes, Carmencita cumpliría sus quince años. Y fue el viernes por la tarde cuando consiguieron un donante, una esperanza iluminó los ojos de todos, las cosas iban a cambiar.
El Domingo por la tarde ya Carmencita estaba operada, todo salió como los médicos lo habían planeado. ¡Éxito total! Sin embargo, Eduardo todavía no había vuelto por el hospital y Carmencita lo extrañaba muchísimo, su mamá le decía que ya todo estaba muy bien y que su papito sería el que trabajaría para sostener la familia.
Carmencita permaneció en el hospital por quince días más, los médicos no habían querido dejarla ir hasta que su corazón estuviera firme y fuerte y así lo hicieron.
Al llegar a casa todos se sentaron en un enorme sofá y su mamá con los ojos llenos de lágrimas le entregó una carta de su padre: "Carmencita, hijita de mi corazón: Al momento de leer mi carta, ya debes tener quince años y un corazón fuerte latiendo en tu pecho, esa fue la promesa que me hicieron los médicos que te operaron. No puedes imaginarte ni remotamente cuanto lamento no estar a tu lado en este instante.
Cuando supe que ibas a morir, decidí dar respuesta a una pregunta que me hiciste cuando tenías diez añitos y a la cual no respondí. Decidí hacerte el regalo más hermoso que nadie jamás haría por mi hija... Te regalo mi vida entera sin condición alguna, para que hagas con ella lo que quieras.
¡¡Vive hija!! ¡¡Te amo con todo mi corazón!!" Carmencita lloró todo el día y toda la noche. Al día siguiente fue al cementerio y se sentó sobre la
tumba de su papá; lloró como nadie lo ha hecho y susurró: "Papi... ahora puedo comprender cuanto me amabas yo también te amaba y aunque nunca te lo dije, ahora comprendo la importancia de decir "Te Amo" y te pediría perdón por haber guardado silencio tantas veces".

En ese instante las copas de los árboles se mecieron suavemente, cayeron algunas hojas y florecillas, y una suave brisa rozó las mejillas de
Carmencita, alzó la mirada al cielo, intentó secar las lágrimas de su rostro se levantó y emprendió regreso a su hogar.


Autor desconocido



No hay comentarios:

Publicar un comentario