“Si verdaderamente me quisieras, no me dirías esto…” “Después de todo lo que hago por ti…”
La culpa es una sensación que todos en un momento sentimos. Un malestar que nos invade por algo que hicimos o dijimos y fue percibido como una agresión.
La culpa es una sensación que todos en un momento sentimos. Un malestar que nos invade por algo que hicimos o dijimos y fue percibido como una agresión.
Quien tiene sentido de responsabilidad
ha sentido en algún momento la culpabilidad. Si existe consciencia y
sensibilidad en nuestra forma de actuar, tarde o temprano nos sentiremos
culpables por una reacción que no esperábamos y más si esa persona es
significativa en nuestra vida.
La culpa no es negativa si nos ayuda a enmendar los errores que cometemos en nuestras relaciones interpersonales. No sentimos muy mal cuando utilizamos nuestra libertad de expresar lo que sentimos y dañamos a quien nos dirigimos.
La culpa nos ayuda a mantener en funcionamiento nuestra conducta moral, y dado que se percibe como una sensación dolorosa, domina nuestra atención hasta que hagamos algo por aliviarla.
¿Qué hacemos para evitar la culpa? Tratamos de no dañar o herir a nuestro prójimo, tanto por evitar el sufrimiento en ellos como el dolor que nos causa el sentirnos culpables.
Este sentimiento podemos cargarlo desde la infancia, probablemente por la sensación de rechazo que percibimos cuando por alguna razón no agradamos a nuestros padres. “¡Qué niño tan malo! Tanto que nos esforzamos por darte lo mejor y tu nos pagas así”. Frases como ésta pueden hacernos sentir culpabilidad, y cuando crecemos se repite la historia y el condicionamiento a sentirnos de esa forma, inclusive por situaciones intrascendentes o irrelevantes.
Susan Forward, en su libro Chantaje Emocional, menciona una comparación importante en relación a este tema: “Lamentablemente nuestro sentido de culpa puede impulsarnos a hacer una acción errónea del impacto de nuestros actos. Como una alarma de automóvil excesivamente sensible, que se supone debería solo activarse en un intento de robo, se enciende con la vibración de un camión que circula junto al vehículo”. Lo mismo ocurre con el sentido de culpa; nuestros sensores pueden estar sumamente sensibles y activarse por factores como: baja autoestima, la necesidad que tenemos de querer agradar a todo el mundo, por no querer sentir más esa desagradable sensación de creer que somos agresores.
Por lo tanto, es necesario agregar un adjetivo a otro tipo de culpa: “La culpa inmerecida”. Es un remordimiento que nos invade por algo que no hicimos. Al analizar minuciosamente lo que sucedió, vemos que no hay razones suficientes para sentirnos mal.
Hay quienes, conociendo nuestra “sensibilidad extrema” nos chantajean emocionalmente a través del sentido de culpabilidad.
Quiero compartirte una secuencia que se hace común:
1. Yo actúo.
2. La otra persona se altera.
3. Asumo la total responsabilidad de enojo de la otra persona, tenga yo algo que ver con ese enojo o no.
4. Me siento culpable.
5. Haré cualquier cosa para reparar el “supuesto” daño, a fin de poder volver a sentirme mejor.
Esto se aplica en situaciones como la siguiente:
Tienes mucho trabajo, estás verdaderamente cansado y recibes la llamada de alguien que es muy importante para ti, que te pide que la lleves al cine. Te disculpas y le dices que hoy no te sientes físicamente dispuesto para esto. Le expresas tu sentir y la gran cantidad de trabajo que tuviste ese día. Ella se entristece o se enoja y te reprocha que nunca tienes tiempo para ella. Te sientes culpable. Haces algo para quitarte esa sensación que te atormenta, a pesar de que tienes razones de sobra para no ceder.
La culpa inmerecida puede no estar relacionada con hacer sentir mal a alguien, ni mucho menos lastimarla, pero quien conoce nuestros sentimientos puede aprovecharse de la situación y nos estimula a que asumamos la responsabilidad total por sus quejas y su infelicidad. De esta forma, ya sabe que puede obtener algún beneficio.
La mejor forma de evitar ser víctima de ese sentimiento inmerecido es conocernos más. Analizar nuestro pasado y el por qué de nuestras reacciones. Identificar qué condicionamientos tenemos que nos hacen sentir culpabilidad. Aprender a decir “no” ante quienes pueden estar utilizando el chantaje emocional para obtener algún beneficio, nuestro afecto o consideración. Qué importante es aprender a poner límites que nos ayuden a mantener nuestra autoestima en alto.
La culpabilidad es un sentimiento que puede afectar nuestra autoestima y productividad. Tenemos derecho a sentir culpabilidad en situaciones donde reconozcamos un error en nuestro proceder, pero no cuando en el fondo de nuestro corazón sabemos que no hay motivos suficientes para fomentar ese sentimiento.
Recuerda que mucho de lo que sentimos no es provocado por lo que nos hacen o dicen, sino por la forma reaccionamos ante lo que nos sucede.
La culpa no es negativa si nos ayuda a enmendar los errores que cometemos en nuestras relaciones interpersonales. No sentimos muy mal cuando utilizamos nuestra libertad de expresar lo que sentimos y dañamos a quien nos dirigimos.
La culpa nos ayuda a mantener en funcionamiento nuestra conducta moral, y dado que se percibe como una sensación dolorosa, domina nuestra atención hasta que hagamos algo por aliviarla.
¿Qué hacemos para evitar la culpa? Tratamos de no dañar o herir a nuestro prójimo, tanto por evitar el sufrimiento en ellos como el dolor que nos causa el sentirnos culpables.
Este sentimiento podemos cargarlo desde la infancia, probablemente por la sensación de rechazo que percibimos cuando por alguna razón no agradamos a nuestros padres. “¡Qué niño tan malo! Tanto que nos esforzamos por darte lo mejor y tu nos pagas así”. Frases como ésta pueden hacernos sentir culpabilidad, y cuando crecemos se repite la historia y el condicionamiento a sentirnos de esa forma, inclusive por situaciones intrascendentes o irrelevantes.
Susan Forward, en su libro Chantaje Emocional, menciona una comparación importante en relación a este tema: “Lamentablemente nuestro sentido de culpa puede impulsarnos a hacer una acción errónea del impacto de nuestros actos. Como una alarma de automóvil excesivamente sensible, que se supone debería solo activarse en un intento de robo, se enciende con la vibración de un camión que circula junto al vehículo”. Lo mismo ocurre con el sentido de culpa; nuestros sensores pueden estar sumamente sensibles y activarse por factores como: baja autoestima, la necesidad que tenemos de querer agradar a todo el mundo, por no querer sentir más esa desagradable sensación de creer que somos agresores.
Por lo tanto, es necesario agregar un adjetivo a otro tipo de culpa: “La culpa inmerecida”. Es un remordimiento que nos invade por algo que no hicimos. Al analizar minuciosamente lo que sucedió, vemos que no hay razones suficientes para sentirnos mal.
Hay quienes, conociendo nuestra “sensibilidad extrema” nos chantajean emocionalmente a través del sentido de culpabilidad.
Quiero compartirte una secuencia que se hace común:
1. Yo actúo.
2. La otra persona se altera.
3. Asumo la total responsabilidad de enojo de la otra persona, tenga yo algo que ver con ese enojo o no.
4. Me siento culpable.
5. Haré cualquier cosa para reparar el “supuesto” daño, a fin de poder volver a sentirme mejor.
Esto se aplica en situaciones como la siguiente:
Tienes mucho trabajo, estás verdaderamente cansado y recibes la llamada de alguien que es muy importante para ti, que te pide que la lleves al cine. Te disculpas y le dices que hoy no te sientes físicamente dispuesto para esto. Le expresas tu sentir y la gran cantidad de trabajo que tuviste ese día. Ella se entristece o se enoja y te reprocha que nunca tienes tiempo para ella. Te sientes culpable. Haces algo para quitarte esa sensación que te atormenta, a pesar de que tienes razones de sobra para no ceder.
La culpa inmerecida puede no estar relacionada con hacer sentir mal a alguien, ni mucho menos lastimarla, pero quien conoce nuestros sentimientos puede aprovecharse de la situación y nos estimula a que asumamos la responsabilidad total por sus quejas y su infelicidad. De esta forma, ya sabe que puede obtener algún beneficio.
La mejor forma de evitar ser víctima de ese sentimiento inmerecido es conocernos más. Analizar nuestro pasado y el por qué de nuestras reacciones. Identificar qué condicionamientos tenemos que nos hacen sentir culpabilidad. Aprender a decir “no” ante quienes pueden estar utilizando el chantaje emocional para obtener algún beneficio, nuestro afecto o consideración. Qué importante es aprender a poner límites que nos ayuden a mantener nuestra autoestima en alto.
La culpabilidad es un sentimiento que puede afectar nuestra autoestima y productividad. Tenemos derecho a sentir culpabilidad en situaciones donde reconozcamos un error en nuestro proceder, pero no cuando en el fondo de nuestro corazón sabemos que no hay motivos suficientes para fomentar ese sentimiento.
Recuerda que mucho de lo que sentimos no es provocado por lo que nos hacen o dicen, sino por la forma reaccionamos ante lo que nos sucede.
Por Dr César Lozano.
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