Mi cara, esta hoja muerta
que se ha quedado olvidada
en un libro aprisionada,
mi cara es tarde desierta,
mi cara es pregunta yerta
que nunca intenta la risa,
vive aislada como brisa
que se fugó del torrente.
Pero de tarde, en la fuente,
contempla aún su ceniza.
A mi cara que a las tres
de la tarde se anochece,
a mi cara que se mece
cuando la tarde ya no es,
a mi cara que de vez
en vez aún se sonríe,
a mi cara que se ríe
cuando por la noche huye,
y en la noche se diluye
para que nadie la espíe.
Voy con mi sombra delante
por sombra siempre rodeada
por sombra sombría cercada
que ensombrece mi semblante.
Voy por la calle anhelante
por la calle hecha de sombra
de esa que ni el aire nombra
y la sombra me persigue.
La sombra que a mí me persigue
sólo el silencio la nombra.
De nuevo toqué el fondo del infierno,
pero esta vez se me hizo más ardiente.
Antes, quizá, yo fuera tan valiente,
que pude resistir penar eterno.
¿Será que como ahora ya discierno
cuándo el fuego me quema, estoy consciente,
y padecen a un tiempo cuerpo y mente?
Mi sufrir es de afuera y es interno.
En otro tiempo con verdad decía
que del mundo el dolor había saciado.
¡Torpe de mí, que, ciega, no veía
un camino angustioso, mas no andado!
Hoy acepto lo que antes no creía:
que el infierno es redondo y continuado.
Octavio Paz
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